En toda oficina hay un compañero al que parece que han contratado sólo para que monte los saraos y alegre al personal. En la mía, el susodicho se llama José Carlos Belda, y decidió que el pasado sábado tocaba celebrar una reunión extraoficial de despacho. El lugar donde comimos quedaba algo alejado del local de ocio al que acudimos después y, como ya llevábamos ingerida alguna copa y los abogados somos gente responsable, nos tocó tirar de vehículo público.
Todavía me sigue fascinando lo fácil y rápido que se zanja una situación así. Varias aplicaciones móviles, unos cuántos clics y en cuestión de menos de un minuto haces un rastreo y eliges el servicio que deseas, sabiendo ya de antemano el precio, el recorrido y el tiempo hasta llegar al destino. Subsumidos ya en la noche madrileña, repetimos la operación de vuelta a casa, con un coste además menor, ya que debimos escoger un momento de baja demanda.
No corremos la misma suerte en Elche. La última vez que me enfrenté a una situación similar en nuestra ciudad, primero tuve que lidiar con una centralita telefónica y una música de espera insufrible. Cuando conseguí que me atendieran, el taxi tardó como 20 minutos en llegar y, por supuesto, no supe el precio hasta llegar a casa y nadie me explicó cómo se calculaba. De hecho, al llegar, me incrementaron cinco euros el precio final. “La tarifa nocturna”, me espetó el taxista. La estafa nocturna, más bien.
Son las consecuencias de un monopolio que ha tenido históricamente el sector del taxi en Elche, y que le ha permitido dar un servicio a su antojo, sin prestar atención a la calidad ni al precio, ya que los ilicitanos no teníamos alternativa. Una situación a la que se va a poner fin con la llegada de las VTC Uber y Cabify a nuestra ciudad, según hemos conocido esta semana, tras un anuncio del Ayuntamiento de Elche. Una noticia que los ilicitanos han recibido con enorme satisfacción. Y un servidor también.
Porque, en línea con lo que comentaba en artículos anteriores, necesitamos dar este tipo de saltos para empezar a parecernos a la ciudad que queremos ser. Y la llegada de las VTC a Elche es un pasito más hacia esa meta. Porque los ilicitanos, que otra cosa no sé, pero viajeros somos un rato (quién no se ha ido de viaje al culo del mundo y se ha encontrado a un paisano), conocemos perfectamente lo bien que funcionan los servicios de alquiler de vehículos con conductor en las grandes ciudades. También el del taxi, que al perder el monopolio, se obliga a mejorar.
En definitiva, un apoyo mayoritario de la sociedad ilicitana y brazos abiertos para recibir a Uber y Cabify en Elche. Y, ¿quién se ha posicionado en contra?¿Quién puede ser contrario a que desaparezca un privilegio? Pues, obviamente, los privilegiados, en este caso los taxistas, que ven cómo se les viene abajo su inaccesible monopolio. Bueno, y la oposición de PSOE y Compromís, sedientos de tener algo que echarle a la cara al gobierno municipal, junto con los puñeteros bollitos del desayuno.
Tras conocerse la noticia, la Confederación de Taxistas Autónomos de la Comunidad Valenciana emitía un lamentable comunicado en el que llamaba ignorante, novato y ruin al Concejal de Movilidad, Claudio Guilabert, y tildaba a las VTC de “jodidamente ilegales y poderosas”. Unas acusaciones vertidas sin ningún tipo de fundamento ni argumentación, y que responden únicamente al miedo que les supone perder el privilegio de tener un negocio exclusivo y excluyente, al que nadie puede acceder libremente y en el que ningún consumidor tiene alternativa para elegir. Y ellos hablan de cacicadas.
Sirvan mis últimas líneas para dar la enhorabuena a mi ciudad por este importante paso, y para mandar un mensaje a toda la sociedad ilicitana. Cuando haya gente con intereses políticos que pretenda empañar una buena noticia, sospechen. Cuando los privilegiados se pongan de uñas en el momento en que se les desmonte el chiringuito, sospechen. Díganles que no queremos más imposiciones. Díganles que queremos ser libres para elegir cómo movernos por la ciudad. Que, para lucrarse, hay que esforzarse y dar un buen servicio al consumidor. Que la ciudad no es suya. Y, sobre todo, que si quieren privilegios, que se vuelvan al medievo.