Pasear por el centro histórico de Elche es un viaje entre palmeras, historia y tradiciones. Entre calles que respiran siglos de cultura, aparece un edificio que guarda un nombre solemne: Colegio Público Ferrández Cruz. Pero ¿quién fue este hombre cuyo apellido sigue vivo en la ciudad? Detrás de esas letras hay la historia de un ilicitano que soñó con un futuro mejor para su pueblo y dedicó su vida a hacerlo realidad.
Imagínatelo. Caminas por el corazón de Elche, rodeado de huertos de palmeras y de edificios cargados de memoria. A un paso del Palacio de Altamira o de Santa María, surge la fachada de un colegio que no pasa desapercibido: Ferrández Cruz. No es un nombre cualquiera, y tampoco lo fue la persona que lo inspiró.
José Ferrández Cruz nació en 1916 en un barrio popular de Elche, el mayor de siete hermanos. Desde pequeño, como cualquier chaval curioso, soñaba con ser alguien que construyera cosas: quería estudiar mecánica y electricidad. Pero la Guerra Civil truncó aquellos planes. No se resignó. Se formó en textil en Alcoy y acabó dirigiendo la empresa familiar de lonas.
Lo fácil habría sido centrarse solo en hacer prosperar el negocio. Pero Ferrández Cruz pensaba distinto. Creó un complejo de viviendas sociales para sus trabajadores, con guardería y escuela incluidas. En un tiempo donde la palabra “bienestar” no aparecía en los discursos oficiales, él ya lo estaba practicando. Era un pionero en entender que progreso no es solo producir, sino también cuidar.
En 1955 dio el salto a la política municipal como concejal y, apenas dos años después, se convirtió en alcalde de Elche. De 1957 a 1961 lideró una transformación clave: asfaltó calles que hasta entonces eran puro polvo, llevó alumbrado público a barrios que vivían a oscuras, amplió el alcantarillado y mejoró servicios básicos. Bajo su mandato se construyó el Ambulatorio de San Fermín, que durante años fue símbolo de modernidad y orgullo local.
Pero no todo fue cemento. Ferrández Cruz tenía claro que Elche es también cultura y tradición. En 1959 impulsó el gesto de nombrar a la Virgen de la Asunción como Alcaldesa honoraria de la ciudad, un título simbólico que aún hoy sigue en pie. Y en 1971 asumió la presidencia del Patronato del Misteri d’Elx, al que entregó su pasión y esfuerzo para difundirlo como lo que es: una joya única de la cultura universal.
Lejos de ser un político distante, era un hombre de pueblo que vivía las fiestas como uno más. Lo mismo se le veía alumbrando en la Roà, que participando en la Nit de l’Albà, en romerías, procesiones o en las Aleluyas del Domingo de Resurrección. Amaba su ciudad y la celebraba en cada tradición.
Su trayectoria no estuvo exenta de dificultades: un glaucoma le hizo perder un ojo y lo obligó a retirarse de la primera línea política. Pero ni siquiera eso apagó su energía. Siguió trabajando desde otros puestos: como director de la Mutua Ilicitana, directivo del Banco Alicantino de Comercio o vicepresidente de la Diputación de Alicante. Siempre con la misma idea: servir a su ciudad y a su gente.
En vida recibió el título de Hijo Predilecto de Elche, y en 1963, un colegio recién construido en la calle Alpujarra fue bautizado con su nombre: Colegio Nacional José Ferrández Cruz. Décadas después, ya en democracia, se abrió la posibilidad de cambiar nombres en los centros escolares. Pero cuando llegó la votación en este colegio, la decisión fue unánime: nadie quiso renunciar a su nombre. Era un gesto de gratitud hacia alguien que siempre había defendido la educación, la cultura y la justicia social.
Ferrández Cruz falleció en 1990, pero su recuerdo no se ha borrado. Pasear hoy por el centro de Elche y leer su apellido en la fachada del colegio no es encontrarse con una palabra cualquiera. Es recordar a un ilicitano que, con trabajo y compromiso, ayudó a sacar a su ciudad de las sombras y la llevó hacia la modernidad.
Porque José Ferrández Cruz no fue un político de despacho, ni un nombre de estatua olvidada. Fue un vecino que entendió que Elche merecía más… y dedicó su vida a dárselo.