Todo comenzó en 1870, cuando un joven llamado Manuel Peral López, con más ambición que dinero, decidió fundar la Banca Peral en Elche. Pero abrir un banco no era cosa de llegar, saludar y cobrar comisiones. Hacía falta un aval, algo sólido y respetable, y Manuel tenía justo eso: la Finca San Ramón. Un paraíso agrícola de más de 11 hectáreas que se convirtió en la base no solo de un imperio financiero, sino de una saga familiar que, como los mejores chismes, ha pasado de generación en generación.
San Ramón no fue siempre un lugar para pasear entre limoneros y recordar el pasado. No, en sus días dorados era un hervidero de vida. Sus huertos de frutales, cereales y hortalizas eran la envidia de la comarca. Los trabajadores iban y venían, los comerciantes cerraban tratos bajo el sol, y los propietarios –los Peral– organizaban fiestas que hacían temblar las vigas de madera de palmera de la casa solariega. Porque, claro, una cosa era cultivar la tierra, y otra muy distinta dejar de lado la buena vida.
Pero incluso los lugares llenos de alegría guardan sus secretos. Durante los años de guerra y postguerra, San Ramón dejó de ser el escenario de fiestas y se convirtió en refugio. Las mismas paredes que habían escuchado risas y brindis se convirtieron en testigos mudos de susurros preocupados y promesas de resistencia. Fue un espacio de supervivencia en medio del caos, un faro para la familia Peral y sus allegados.
El nombre de la finca, San Ramón, no es un capricho. Es un homenaje de Manuel Peral a su suegro y avalista, Don Ramón Irles. La gratitud quedó grabada no solo en el nombre de la finca, sino también en las generaciones futuras, como Ramón Peral Irles, que en 1924 fue segundo teniente alcalde de Elche mientras dirigía la banca familiar y mantenía el latido de la finca.
Su hijo, Manuel Peral Torres, también dejó su huella en San Ramón. Tras los años oscuros de la guerra, la finca volvió a ser un lugar de reencuentro y felicidad, especialmente cuando Manuel pudo volver a ver a su esposa, Pilar López Álvarez, y a sus hijos. El hogar recuperó su espíritu de alegría, pero siempre con ese eco silencioso de haber sido también un lugar de resistencia.
Pero si hay algo que hace a San Ramón especial, es su arquitectura. No es solo una casa solariega cualquiera. Sus muros de piedra, las vigas de madera de palmera, los pavimentos de barro artesanal y las barandillas de forja no son simplemente decoración. Son testigos de una época, de una forma de vida. Y aunque la finca ha resistido el paso del tiempo, siempre ha sido mucho más que ladrillos y vigas.
Hoy, San Ramón sigue perteneciendo a la familia Peral, que ha logrado mantener su esencia a través de generaciones. Sin embargo, en 2020, Ramón Peral López y María Dolores Orts Vélez decidieron que era hora de abrir las puertas de este tesoro histórico al público. Así nació el proyecto empresarial Finca San Ramón, una apuesta por compartir su historia y encanto, convirtiendo esta joya del campo de Elche en un espacio para eventos que combina el encanto del pasado con el disfrute del presente.
Porque, en San Ramón, la historia no solo se recuerda, se vive.