Esta semana, mientras leía una publicación siempre interesante sobre el urbanismo de Elche, firmada por Vicente Coves, encontré un breve apunte que me llevó, casi sin darme cuenta, a otra historia fascinante. Una historia que conecta a Elche con Nueva York, al Mediterráneo con el Atlántico, y al pasado ibérico con los símbolos del poder estadounidense a comienzos del siglo XX.
Inspirado por ese cruce inesperado, me detuve a repasar la historia del Alexander Hamilton U.S. Custom House, un monumental edificio de estilo Beaux Arts que se levanta en el extremo sur de Manhattan, junto a Battery Park. Construido entre 1902 y 1907, fue diseñado como sede para la recaudación de derechos de aduana del puerto de Nueva York, entonces el más importante del país. Hoy alberga al Museo Nacional del Indio Americano y al Tribunal de Quiebras del Distrito Sur de Nueva York. Desde 1976, está protegido como Monumento Histórico Nacional.
Este edificio no es solo una muestra brillante del Beaux Arts estadounidense, sino un ejemplo sofisticado del ideal cívico del movimiento City Beautiful, que buscaba ennoblecer las ciudades a través del arte y la arquitectura. La cúpula interior, de inspiración romana, se alza sobre una rotonda majestuosa, y la decoración escultórica fue concebida como parte esencial del conjunto, a cargo de algunos de los artistas más renombrados de su tiempo.
Entre ellos destaca Daniel Chester French, autor de las cuatro figuras sentadas que representan los continentes conocidos (África, Asia, Europa y América), y sobre la cornisa principal, un conjunto de figuras femeninas de pie representa a las grandes civilizaciones marítimas de la historia.
Es en este punto donde aparece la conexión con Elche.
Una de esas figuras es “Phoenicia”, obra del escultor Frederick Wellington Ruckstull, nacido en Francia y emigrado a Estados Unidos en su infancia. La escultura representa alegóricamente a la antigua civilización fenicia, considerada en la época como símbolo del comercio marítimo y la navegación. Pero lo más llamativo es su asombroso parecido con la Dama de Elche, la escultura ibérica descubierta en 1897, cuyas formas, postura y ornamentos encuentran un inquietante eco en esta figura neoyorquina.
El enigma es evidente: Ruckstull realizó su escultura en un momento en el que la Dama de Elche apenas empezaba a ser conocida fuera de España, y no existen pruebas de que hubiera tenido acceso a reproducciones detalladas. ¿Cómo es posible, entonces, que su obra tenga tal parecido? ¿Es fruto de una coincidencia, de una inspiración indirecta, o de una iconografía compartida que aún no comprendemos del todo?
El propio edificio refuerza la conexión fenicia. Las esculturas de la fachada evocan un linaje simbólico que une al comercio marítimo moderno con el legado de civilizaciones antiguas. Un artículo de la historiadora Josephine Quinn, titulado “Phoenicia: An imaginary friend to nations in need of ancestors”, analiza con agudeza cómo distintas naciones modernas han adoptado la figura fenicia como mito fundacional —como símbolo de navegación, comercio y expansión— para legitimarse cultural e históricamente.
Lo que sí es cierto es que, a través de estos cruces inesperados, descubrimos que la historia de una ciudad como Elche —con su legado ibérico, su huella romana, su identidad agrícola y su mirada al futuro— puede emerger en lugares tan insospechados como la fachada de una aduana neoyorquina.